Las bocinas del Parque Trillo y el murmullo de las muchedumbres

Carlos Ávila Villamar
6 min readNov 29, 2020

Empezaré por el principio: durante cuatro años escribí artículos de tema político agarrado a la idea romántica de que quienes dirigían el país podían ser convencidos, en primer lugar, de la triste situación social y económica que enfrenta la mayoría de los cubanos, y en segundo lugar, de una serie de medidas que tal vez podrían aliviar dicha situación. Escribí agarrado a la creencia de que el sistema cubano podía arreglarse a sí mismo en algún punto gracias a una generosa y disciplinada acumulación de sugerencias.

Sugerí no apostar el presupuesto nacional únicamente en una industria tan inestable como el turismo. Sugerí que el estado reconociera a las organizaciones de protección animal y que aprendiera de ellas. Sugerí que se superara el nacionalismo pleistocénico que domina el discurso de todos los medios y espacios del país. Sugerí que se dejaran de imprimir billetes de pesos convertibles sin respaldo en dólares cuando todavía se estaba a tiempo, lo cual habría ahorrado la dolorosa medida actual de las tiendas en dólares. Sugerí que se aboliera el servicio militar obligatorio y se sustituyera por un sistema de milicias voluntarias. Mis sugerencias fueron condescendientemente tildadas de alocadas por el puñado de “revolucionarios” que por una u otra razón las leyeron.

Mientras escribía aquellos artículos “alocados” iba a marchas del Primero de Mayo y a trabajos voluntarios. Cuando pasó el tornado fui tres días a ayudar en la zona de desastre. También en tercer año (el más difícil de la carrera de Letras) acepté la propuesta de que me postulara para la presidencia de la FEU de mi facultad. Traté de hacer lo mejor que pude por los estudiantes, pero en la mayoría de las cuestiones siento que fallé. Carezco de dotes de liderazgo, y de hipocresía: no supe lidiar con la repugnante domesticación que el sistema había hecho de la FEU. Era un sistema de entrenamiento de la hipocresía. Fui de los primeros que llegó a la escalinata cuando la muerte de Fidel, y me sentí muy confundido cuando recibí como premio una mochila negra por la eficiente rapidez de mi tristeza.

La progresiva decepción que he sentido al escuchar los discursos vacíos de la televisión nacional, las mil historias verídicas de corrupción gubernamental, y al comprobar el desfase extraordinario entre los valores que supuestamente defendía la Revolución y aquellos que el sistema propiciaba, esa decepción ácida, con sabor a la más profunda humillación, me resulta imposible de describir. Puesto que no me molestaba el monopartidismo o la ausencia del voto directo, me negaba a creer que pudiera existir una relación entre estos fenómenos y los anteriores. Yo seguía creyendo que solo había que demostrarles a los dirigentes cuál camino era el correcto, y tarde o temprano lo tomarían.

Ahora entiendo que solo ha habido cambios cuando los dirigentes han sentido miedo. No tiene sentido convencerlos de cosas que o ya saben bien o ya no van a ver jamás, a causa de su ceguera. La estructura fabrica “cuadros” hipócritas o ciegos y dóciles. Todo el mundo o queda en la permanente espera de obedecer al superior, a fin de heredar su cargo, o se vuelve un fanático, es decir, una persona que entrega su razón individual a una voluntad trascendental y externa. La hipocresía alcanza su perfección última cuando el hipócrita no se da cuenta de que está siendo hipócrita, cuando alguien con la mejor intención nos dice: “lo que comentas es verdad, pero eso no se puede decir”.

Dado que la violencia me parece una vía detestable, solo creo que puede haber cambios en Cuba a través de la protesta pacífica. Una protesta pacífica es más difícil de calumniar. Vuelve visible lo que antes había permanecido invisible. Después de la protesta frente al Ministerio de Cultura resulta difícil no sentir alguna clase de deber cívico. Esto no se trata ya de San Isidro, sino de lo que sucedió frente al Ministerio de Cultura. Se trata de cómo el hecho fue ignorado o manipulado por la prensa nacional. Se trata de cómo las calles fueron cerradas por la policía, y cómo fueron atacados con gas pimienta los jóvenes que intentaron sumarse a los manifestantes. Escribí hace unos días que lo importante no era la veracidad de la huelga de San Isidro, sino la reacción de la gente, las ganas que había contenidas de exigir libertad de expresión. Esas ganas no tenían nada que ver con ningún plan malévolo del imperialismo. El imperialismo no fabricó en la gente ganas imaginarias de expresarse con libertad.

Hay ahora miles y miles de personas indecisas que no se deciden a protestar pacíficamente, pero que están a punto de hacerlo. Eso no significa que quieran llevar caos al país: al contrario. Las demandas populares resultan sorprendentemente sólidas. La gente no quiere un tratado de libre comercio con Estados Unidos. La gente no quiere la privatización de las escuelas y hospitales. No quiere ninguna de las demandas con las que la propaganda del gobierno suele meter miedo. La gente quiere un sistema económico que genere empleos bien remunerados. La gente quiere votar de manera directa por su presidente. Y ante todo, quiere la libertad para exigir esas cosas a sus gobernantes. En la prensa, en las calles, en las universidades. Ha llegado el fin (ahora lo entiendo) de la era de las “sugerencias”. Ha llegado la era de las demandas.

Por un instante durante la protesta frente al Ministerio de Cultura, los “revolucionarios” temerosos de una revolución (reproduciendo de forma poco casual el miedo a una revolución de quien sea que tenga el verdadero poder político en Cuba) llamaron improvisadamente al diálogo respetuoso. Al parecer ese miedo por desgracia se ha disipado. En vez de ser el espacio de diálogo que debió ser, probablemente hoy domingo a las cuatro en el Parque Trillo no haya más que un vergonzoso concierto y una sucesión de palabras complacientes y cobardes de “cuadros” o de fanáticos dispuestos a demostrar ante las cámaras el apoyo de los jóvenes a la Revolución y al Socialismo.

Curiosamente, yo apoyo a la revolución y al socialismo. Yo apoyo a la renovación constante y plural de los sistemas, que ha permitido el progreso de la humanidad, y que debería permitir algún día el progreso cubano. Y apoyo a ese sistema en el cual cada vez haya menos estratificación social y en el cual cada hombre reciba lo justo, conforme a su esfuerzo y a su utilidad. Lástima que en Cuba la auténtica revolución esté fragmentada y dispersa, y que haya muy poco socialismo, si tenemos en cuenta los hechos y no la propaganda. El gobierno fabrica contratos abusivos con los productores de leche (que desestimulan la producción), y la televisión lo traduce en que “hace un enorme esfuerzo para dar leche a los niños”. No es el gobierno sino el campesino quien hace el enorme esfuerzo. Los medios nacionales dicen que el gobierno “hace un llamado a aumentar la producción de café”, pero ese llamado no significa que vaya a pagar más a los cafetaleros. Los medios nacionales dicen que el gobierno “hace un enorme esfuerzo por dar atención médica a la población”, pero son los médicos quienes hacen el esfuerzo, con salarios angustiantes. Los gobernantes en sus casas de Siboney no están haciendo ese “enorme esfuerzo” por el que el ciudadano cubano promedio en teoría debería dar gracias. El supuesto socialismo que hoy existe en Cuba no se basa en la recompensa al trabajo, sino en lo opuesto, en la explotación, y en el robo propagandístico del crédito por la poca riqueza que se genera.

Hoy en el Parque Trillo está la oportunidad de demandar pacíficamente lo que se considere justo demandar. No acudir será dar la victoria a la mentira. Yo tengo una deuda pendiente de mi etapa universitaria, por ella comenzaré: la independencia de la FEU con respecto a la UJC, organización parásita que escribe sus órdenes del día, planifica sus eventos, maneja sus finanzas y mutila su genuina capacidad política. Si alguien quiere hacerme compañía, allá nos vemos. Un diálogo no es un monólogo multiplicado por dos. Y la supuesta y necesaria unidad no son las bocinas que reproducen música para callar el murmullo plural de las muchedumbres.

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Carlos Ávila Villamar

(Holguín, 1995). Ensayos y relatos suyos han sido publicados en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Literal Magazine, La Santa Crítica y Erial.